365 días (5)

31 de mayo de 2016

El viaje ofertado por la Comunidad de Madrid a China toca a su fin. Once días y nueve noches. El calor, la humedad y la dieta, en la que el arroz blanco parece haber suscitado fobias en alguno de los compatriotas, dejan al descubierto enfrentamientos, posiblemente solo ganas de protestar como lo hacen los niños chicos. Protestas exageradas por incomodidades que no merecen su mención, seguramente olvidadas a los tres días de pisar suelo patrio.

El grupo es una metáfora perfecta de por qué es difícil que funcione la democracia en nuestro país. Todos opinan, critican, pero ninguno acepta la opinión de los demás, aunque coincida con la propia, se exponen quejas personales como si fueran el sentir de la mayoría. Y lo que es peor, se culpa a la falta de liderato del pobre guía, un muchacho de 28 años con gastritis que, para facilitarnos las cosas, se hace llamar Alejandro y que busca la manera de que todo el mundo se encuentre bien y contento, ignorando que cuando los españoles salimos al mundo exigimos como si fuéramos parte de la nobleza y estuviéramos acostumbrados a tener servicio.

Alejandro nos da consejos para controlar la ira y el enfado, los dos principales elementos que provocan la enfermedad. Nos dice que debemos evitar que los tambores no resuenen en nuestro ánimo y anulen los demás sonidos y pensamientos.

Quizás hayan sido estos consejos lo más positivo del viaje.

26 de junio de 2016

Elecciones generales. Con seguridad, una de las experiencias peores del año: comprobar que los resultados de elecciones democráticas no reflejan la voluntad del país. De una parte, las medidas que favorecen a los grandes partidos, de otra, los políticos incapaces de dialogar y pactar más allá de sus intereses. También hay que incluir a los partidos de izquierda. La decepción ha sido profunda. Las opiniones sucesivas de los tertulianos, estomagantes.

02 de julio de 2016

Es la primera celebración del Día del Orgullo bajo el mandato de la alcaldesa Manuela Carmena.

Cojo la máquina y salgo a la calle a hacer fotos. Reconozco que hay algo esperpéntico en algunas de las figuras que me resulta especialmente atractivo. La valentía de los participantes, por mucho que esté impulsada por la provocación y el exhibicionismo, es grande.

Entre el público que espera el desfile encuentro a una madre que acompaña a su hijo. Un poco más adelante, un padre acompaña a su hija. ¡Cómo me alegro por estos adolescentes! Espero que en las convocatorias sucesivas se multiplique el número de padres y madres con el coraje de apoyar a sus hijos en momentos tan complicados, como es el reconocimiento público de la homosexualidad. Me parece un síntoma de cambio muy profundo.

Ya no recuerdo bien si fue el padre o la madre quien dijo que “hay que apoyar”. Me conmueve.

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