Archivo de la categoría: recuerdo

Recuerdos 9

Canción anónima

Hundido en el camastro de la buhardilla.

Calle Espiritu Santo.

Malasaña.

La claraboya ilumina escasamente la habitación.

Fuera está nublado.

Tan nublado como sus pensamientos.

Hace tiempo que no piensa.

Hace tiempo que solo siente.

Siente que Madrid se ha vuelto gris.

Y más gris según pasan los días.

Días sin ella.

Ella no es un recuerdo fácil.

Ella es un recuerdo difuso.

Difuso y fragmentado.

Un mosaico sin fin.

Las teselas son muchas.

De tamaños muy diferentes.

En cada tesela, un recuerdo.

En cada fragmento, un sentimiento.

Días en los que hay ruido,

en los que hay luz,

en los que hay música,

atrevimiento para pedir una copa,

sensualidad para beberla,

sexo en la mirada.

Hay música en sus ojos,

un pentagrama que él quiere desgranar.

La guitarra en el rincón vibra.

La voz ronca del bordón le llama,

le conjura para que cante,

para que cante a la vida.

Hoy todavía le impulsan los recuerdos del encuentro

que ya no sabe si fue realidad

o la letra de otra canción.

Recuerdos 7

Soledad

Soy de Chamberí. En Chamberí están la casa materna, los primeros recuerdos, los cines de sesión continua, la adolescencia y la formación académica. La vida me llevó lejos de este barrio, pero también fue ella quien me devolvió a este paisaje urbano en el que me reconozco. A pesar de los muchos cambios que ha sufrido, son numerosos los rincones en los que aún hallo partes de mi.

Asentado de nuevo en Chamberí, con más años y, sobre todo, con más experiencia, cogí el hábito de bajar las mañanas de los fines de semana a desayunar en la terraza que madrugaba más que el resto. Pedía un café con leche y una tostada con tomate y aceite, abría el libro que me había traído y me dejaba acariciar por el sol y mecer por el tranquilo movimiento de las hojas de las falsas acacias.

Había desarrollado una habilidad de danzarín para extender el tomate y el aceite sobre la tostada, tomar sorbos de café con leche, leer el libro sin manchar las páginas y hacer breves anotaciones en un cuadernillo que siempre llevaba encima, y todo eso en las reducidas dimensiones de la mesa de la terraza.

No recuerdo con exactitud cuándo empecé a coincidir con un señor que se sentaba a pocas mesas de mi. No pude calcular su edad, probablemente hacía poco que se había jubilado. Siempre hacía lo mismo, como si se tratara de un ritual: pedía un café con leche y se pasaba una o dos horas con la mirada fija en un horizonte imposible. No tocaba el café. Pasado el tiempo, dejaba el importe en la mesa y se marchaba. Sigue leyendo

Recuerdos 5

Miedo

Entré en el portal con el paraguas en la mano recorriendo el rastro de gotas en dirección a los buzones dejado antes por otros. Abrí el mio. Estaba lleno de propaganda que fui hojeando mientras esperaba el ascensor. Comida a domicilio, ofertas de clínicas dentales, de viajes. Ya son muy pocas las cartas que llegan por correo. Ni siquiera escribe el banco. Sin embargo, siempre tengo la esperanza de que me lleguen cartas como antaño.

El folleto de las ofertas de viajes destacaba por su colorido y su tamaño. Cada año madrugan más, pensé. A punto estaba de soltar la propaganda en la papelera colocada junto a los buzones, cuando entreví que uno de los destinos incluido era Cerdeña. Cerdeña, la Costa Esmeralda, las ruinas fenicias y romanas. ¿Por qué sabía esa cosas de la isla?

La primera vez que oí hablar de la Costa Esmeralda fue en Alemania. De eso hacía mucho tiempo, poco después de la caída del muro de la vergüenza, como también se conocía el muro que dividía la ciudad de Berlín en dos. Fue durante un curso de didáctica de la enseñanza de la lengua alemana. En aquel grupo coincidimos profesores de muy diferentes nacionalidades europeas, africanas y asiáticas. Todos nos sentíamos unidos por la profesión y el alemán. La experiencia de poder entendernos en la lengua común más allá de los idiomas, nacionalidades y costumbres, incluso hablar sobre temas que rozaban lo personal, originaba el sentimiento casi lírico de que el mundo es muy, muy pequeño y predispuesto a entenderse.

Francesca era sarda. Su acento daba al alemán una musicalidad italiana muy atractiva. De mediana estatura, en la treintena, morena de melena corta y mirada inteligente. Su participación era discreta, pero sus intervenciones estaban marcadas por la seguridad de su voz ligeramente grave, de mezzosoprano con inflexiones de contralto, tal como el imaginaro atribuye a las mujeres del sur de Italia. La sonrisa cambiaba la expresión de su rostro, como si dejara asomar una segunda personalidad divertida y vital. Sigue leyendo

Recuerdos 4

El roquero solitario

 

Lejos, atravesado en mitad del camino, estaba tumbado un joven. De vez en cuando se incorporaba, miraba a los lados y de nuevo se volvía a tumbar contemplando las nubes en el cielo azul. El camino era ancho, faldeaba con poco desnivel por la garganta del río Manzanares entre Hoyos de Manzanares y Colmenar Viejo. A la izquierda el talud, a la derecha el barranco excavado por el agua montaraz del río.

Había salido de casa de mal humor. Su relación con Luisa no fluía, no le resultada fácil entenderse con ella, sentía que le dejaba sin energía. El mejor remedio que conocía para ventilar los sentimientos que generan rencor y agresividad era caminar.

Suponía que aquel muchacho se incorporaría al él acercarse y le dejaría el camino libre. Pero no era así, se movía, se sentaba, pero no se quitaba de en medio del camino. Su mal humor se focalizó en el comportamiento de aquel adolescente que no era capaz de respetar la más elemental regla de la convivencia en el campo y que parecía dispuesto a hacerle pasar al borde del barranco.

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Recuerdos 3

Agua

El tiempo es la máquina pulidora de los recuerdos: los desbasta, les quita rugosidades y, casi siempre, los abrillanta. Al menos, lo suficiente para que puedan contarse.

Así empezó Cabrera, apodado El Filósofo. Nos habíamos reunido unos cuantos viejos amigos torno a unas cañas, vinos y raciones de bravas. La conversación había pasado inevitablemente por el fútbol y, sin saber muy bien cómo ni por qué, llegamos a la política. La verdad, ambos temas están hermanados por su carga emocional: hay quien vive la opción política con la misma pasión y falta de crítica de la afiliación a un club de fútbol. El comentario de Paco el Teclas acerca de las declaraciones de un político conservador sobre la conveniencia de introducir de nuevo el servicio militar obligatorio convocó recuerdos de la mili con frescura rejuvenecedora, apasionada, de manera inesperada y rauda. Sargentos chusqueros, subtenientes alcoholizados, tenientes comprensivos, cabos furrieles, guardias interminables, arrestos de cocina, caminatas con el equipo, la instrucción y el CETME, prácticas de tiro, los escaqueos … en fin, el anecdotario habitual, pero contado con más de sesenta años a la espalda y más de un rioja en la cabeza.

Cabrera desgranaba su recuerdo después de haber empezado con la reflexión:

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Recuerdos 2

La Pesca

En la pared de enfrente colgaba una pequeña marina. La imagen típica: la playa, la barca, el desorden de las olas, la espuma, un fondo de tormenta, aguas verdes y negras coronadas de blanco.

La pintura no era nada del otro jueves, posiblemente fuera obra de un familiar aplicado. Su visión provocaba en mi un sentimiento curioso: hacía brotar el deseo de que cobrara vida, que alcanzara la playa la amenaza de tormenta, que creciera la altura de las olas, que cayera su negrura sobre la barca roja y blanca, de que el agua salada desbordara el marco e inundara aquella insípida sala de espera.

El mar, la mar, no se merece el encierro en un marco de 25 X 40 cm. El movimiento continuo no se puede contener. Para aprehender el movimiento hay que detenerlo, destruirlo. Algo parecido a lo que pasa con el baile. Se puede detener, pero dejará de ser una danza.

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Recuerdos

Los recuerdos vuelan, vuelan como mariposas. Es un vuelo errático, impredecible, secundando la brújula del capricho. Los recuerdos surgen tímidos, suaves, como fondo de una escena aun inesperada. Otros llenan el primer plano con intensidad evocando sentimientos de rencor, de desconcierto, de ansiedad, de vergüenza, de venganza … Nos hacen sonreír con ternura, evocan situaciones de éxito, de triunfo sobre un competidor. Y todo de modo caprichoso, arbitrario, casi siempre ajeno a nuestra voluntad. Con frecuencia, contra ella, dependiendo siempre de donde se pose la mariposa.

El bolígrafo BIC Cristal, ya sabes, un BIC con carcasa transparente y capuchón azul, vuela a través del tiempo mientras lo giro entre los dedos. Su transparencia mate sin reflejos me lleva lejos, a la Cuba de los años 90. La caída de la Unión Soviética y el final de las ayudas habían provocado un nuevo “periodo especial”. Ese era el contexto en el que tres amigos decidimos hacer un viaje a la perla del Caribe. En nuestro equipaje metimos, entre otras cosas, una caja de endeble cartón amarillo con el dibujo de un bolígrafo BIC de punta fina, de carcasa amarilla y capuchón azul, porque supusimos que duraban más.

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